En junio de 1989 se le rindió un memorable homenaje en su barriada de residencia, los Cerricos, promovido por la Diputación Provincial, Ayuntamiento de Oria y el servicio de Apoyo Escolar, juntamente con Preescolar en casa. Además hay que sumar las diferentes exposiciones que realizó por diferentes puntos de la provincia. Compartiendo alguna de ellas con el escultor Pedro Gilabert, amigo por el cual sintió una gran admiración. Así como su intervención en el I Festival de Cultura Orialeño, que se divulgó por Radio Almanzora, (Cadena Ser) en Agosto de 1994. Al igual que su participación en el programa Tal Como Somos de Canal Sur TV, en 1995. En todos los reconocimientos que recibió este hombre destaca la dedicación por parte del Ayuntamiento de Oria la Plaza de los Cerricos, la cual lleva la inscripción “Plaza Antonio Marchán” el día 16 de Mayo de 1994, al que él hacía referencia, “eso es lo más grande, no es para tanto, que a mi me dediquen la plaza”, palabras que reflejaban en él la sencillez y humildad que hemos descrito a lo largo de este artículo. Debido a su delicado estado de salud, aquel encuentro en la casa de su hija Rosa, en la barriada de la Noria (Chirivel), fue para nosotros muy emotiva, y a la vez, muy triste, porque éramos conscientes de la despedida del gran maestro de la miniatura; del “Tío Antonio”, para los que lo queríamos y admirábamos. Falleció unos días después, el 10 de junio de 1999. En el tema de la “mili”, Antonio tuvo suerte ya que se libró, después para seguir el movimiento de sus vecinos emigró a Cataluña, concretamente a Lérida. Cuando ahorró lo suficiente, se compró una tierra que le costó 5.000 reales, esta tierrecilla plantada de almendros la cultivó y la cuidaba hasta cumplidos los 90 años. Estos últimos años los pasó acompañado de sus hijos, él nos reflejaba en aquella época en una de las conversaciones que mantuvimos con él “aquí me tienen entre algodones”. Nos comentaba emocionado y con la voz algo quebrada “cuando perdí a mi mujer en el75, yo me quedé destrozado y una noche para matar mi soledad cogí un palo y empecé a hacer un arado…” Esa vocación empezó para evadirse de ese dolor que ahogaba su vida “perdí lo que más quería en el mundo”. Y así, de esa manera tan triste, empezó su vocación artesana. Debido a ello nos ha dejado una extensa obra impregnada toda ella de vivencias de su entorno: arados, fraguas, yuntas, hornos de pan, llegando a tener un total de 200 piezas distintas. En lo mínimo consiguió encerrar el enigma más grande del arte, logrando meter 10 arados, con 11 piezas cada uno, con una perfección insuperable, en una caja de cerillas. Los mandó como obsequio a sus majestades los reyes y éstos, en un gesto de reconocimiento hacia él y su obra, le dirigieron unas palabras de gratitud. Antonio Marchán estuvo reconocido como uno de los mejores artesanos miniaturistas de esta provincia e incluso fuera de ella, como acreditan los numerosos premios, reconocimientos y homenajes que se le han ofrecido a lo largo de su andadura artística.
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