En un libro llamado Obituario, del latín obitus (muerte), la reseña de Sor Rosenda suena así: “Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él. Y abrazaba a los niños y los bendecía imponiéndoles las manos” (Lc 10, 13ss). Con este texto evangélico, escrito de su puño y letra en una estampa, quiso obsequiarnos nuestra hermana Sor Rosenda, el día 7 de enero de 1982, cuando ya herida de muerte celebró el 25 aniversario de su profesión religiosa, rodeada del cariño de sus hermanas. Con ello nos ratificaba que la tónica característica de su vida fue la sencillez. Nació en el seno de una familia muy cristiana y era la menor de 17 hermanas. Siendo muy joven sintió la llamada del Señor y tras madura reflexión y aconsejada por un santo sacerdote, D. Primitivo Trigueros, de quien ella guardaría siempre fiel y emocionada memoria, solicitó el ingreso en nuestra comunidad, de la que comenzó a formar parte el día 12 de junio de 1955. Tenía 18 años. A finales del año 1980 aparecieron los primeros síntomas de su enfermedad cancerosa, que hizo necesaria la primera intervención quirúrgica. La metástasis obligó de nuevo a una segunda intervención en 1982. Tuvo que sufrir además el duro tratamiento de citostáticos y radiaciones de bomba de cobalto, que la mantuvieron durante casi 4 años en un continuo padecer. Una característica muy propia de ella era su amor a la vida, la amaba como un don que es de Dios. Pero cuando ella comprendió que Dios había tomado personalmente su vida para sí, no opuso resistencia, se dejó hacer. Instalada definitivamente en la enfermería, hubo de aplicársele continuamente oxígeno, respiraba con mucha dificultad. Desde este momento ya no se la dejó sola ni de día ni de noche. A pesar de ser total su impotencia, no la oímos ni una sola queja. Amaba entrañablemente a la Virgen María. En sus últimos días tenía casi de continuo sus ojos fijos en una estampa de la Virgen. Hacia las 12 del mediodía del martes 5 de junio entró en estado de coma. Las monjas permanecimos junto a ella, compartiendo el momento supremo de pasar de este mundo al Padre. Ella, desde la cruz, nosotras, desde el umbral del misterio donde Cristo moría de nuevo en su muerte y llevaba a cabo en ella la obra de la redención. Amanecía ya el 6 de junio cuando nuestra hermana abrió sus ojos a la luz imperecedera de la Pascua de Cristo. Había nacido el día 2 de noviembre de 1936, en Rambla de Oria (Almería). Está enterrada en el cementerio del Monasterio de Corpus Christi de Carcagente (Valencia). Más información aquí.
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