Fernando Alchapar (Oria, 84 años), recuerda la sublevación del 18-J y la posterior guerra en nuestra comarca. Han pasado 75 años. Los suficientes como para saber que todas las heridas causadas por una guerra fratricida tardan mucho más que ese tiempo en curarse por completo. Por eso, cuando Fernando Alchapar Fernández (Oria, 1927) recuerda los días de la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y de la posterior Guerra Civil, no cuenta que su familia sufriera amenazas, insultos o chantajes. Habla de personas “que les molestaron”. Quizás también por ese motivo, este vecino de la pedanía orialeña de Los Cerricos y de 84 años, no se atreve a hablar de enemigos ni de bandos contrarios, sino de personas “que no se portaron muy bien” con ellos. Mientras que Melilla era testigo de una sublevación militar dirigida entre otros, por un tal Francisco Franco y que desembocó en la cruenta Guerra Civil Española; y el general Saliquet Zumeta se encargaba de anunciar el día del alzamiento en Almería, Fernando Alchapar era un niño de nueve años que correteaba por una plaza de tierra junto a sus primos en una tranquila pedanía de la sierra almeriense. Como niño de nueve años de los de entonces -al igual que los de ahora-, si Fernando había oído hablar alguna vez de política en casa, no se había enterado. Entre otras cosas, porque su familia se mantuvo siempre al margen de partidos políticos y conflictos con los vecinos. Al menos hasta julio de 1936. El entonces niño que fue testigo del desarrollo de la Guerra Civil pertenecía a una familia acomodada y sin grandes necesidades. Eso les hizo estar en el ojo del huracán incluso antes de que la guerra diera comienzo. Aunque Fernando reconoce que también en su pueblo “se molestó a gente”, añade que las muertes más próximas se produjeron en Chirivel, a algunos kilómetros de su hogar. “Un cura y un policía de paisanos fueron abordados por los pasajeros de un camión que venía procedente de las minas de Serón al empezar la guerra. Sabían quienes eran y por eso después los mataron”, cuenta. Se resiste a detallar en qué consistían esas “molestias” originadas por otros vecinos, pero tras insistirle, termina confesándolo. “Mis padres tenían tierras y trigo y con cualquier excusa la gente llenaba los costales y se los llevaban, igual que el jamón. Por entonces se decía que se 'requisaban' esos productos”.
Crispacíon política. La tensión y el miedo de aquellos días hizo que su padre “se retirara” a Chirivel en varias ocasiones cada vez que le avisaban “de que iba a venir alguien de fuera. El odio político era entonces más cruento. Ahora todo el mundo habla, pero todos tienen una paga y su casa. Antes había más gente en una situación de pobreza extrema”, recuerda. “Hasta aquí sólo llegaron los reflejos de la guerra”, afirma Fernando, que continúa relatando episodios de aquellos días negros, y que lejos de ser simplemente reflejos, suponían la realidad a pequeña escala de lo que estaba sucediendo en todo el país. Como ejemplo, las diferencias entre miembros de un mismo bando, el republicano, que también tuvieron su particular “reflejo” en una calle cercana a la casa de Fernando. “Hubo un incidente cerca de la plaza, recién comenzada la guerra, que recuerdo. Vino un maestro de Olías, que era de izquierdas. Llegó para agitar a la gente. De repente salió un vecino de su casa y dijo que todo lo que estaba contando era mentira. Lo curioso es que también era de izquierdas, pero tenía unos ideales completamente diferentes”, relata. Tal era la tensión de aquellos días que hasta el modo de saludar fue motivo de crispación y polémica en una pedanía tan pequeña como la de Los Cerricos. Bastó con que un vecino saludara al otro con un “adiós” en lugar de decir “salud” para que fuese reprendido y zarandeado por otro vecino según cuenta Fernando, quien a sus 84 años conserva toda su lucidez. No es de extrañar que siendo entonces un niño de entre nueve y once años, este anciano recuerde como uno de sus mayores miedos a un ente sin rasgos definidos, y que adquiere una forma casi abstracta cada vez que se refiere a ellos: “los de fuera”. Los mismos por los que su padre se tenía que esconder en un pueblo lejos de su familia y los mismos que protagonizaron otro percance que quedaría en su memoria para siempre. “Mi abuelo, que era el sacristán, vivía al lado de la iglesia y estaba mayor, ya en cama. Vinieron los de fuera y dijeron que iban a tirar las campanas de la iglesia y que no sabían si caerían o no sobre su casa. Las tiraron y cayeron en la plaza haciendo un gran agujero”.
Poético final. Pasaron tres años y entre miedos, rencillas y rumores, la guerra terminó. En una pedanía de la sierra no era fácil estar al tanto de lo que ocurría más allá de los límites provinciales. Paradójicamente, la noticia del fin de una de las guerras civiles más cruentas de la historia de España, llegó en forma de poesía. Un vecino republicano de Los Cerricos, Antonio Marchán, escribió a su mujer, desde el frente, una poesía que Fernando recuerda con claridad: “Mujer, no sufras más que la guerra se ha 'acabao', y ahora te toca reír, que bastante habrás 'llorao'”. Peculiar modo de anunciar el fin de una guerra. Los hombres malos de fuera no volvieron y Fernando tampoco recuerda ver, acabada la guerra, a aquellos que antes “molestaban” a su familía. “No se veía por la calle a los que perdieron la guerra. Luego se tuvieron que marchar a Francia, a Barcelona... Se fueron poco a poco, como gotas de agua”. Fuente: Noticias Levante
Crispacíon política. La tensión y el miedo de aquellos días hizo que su padre “se retirara” a Chirivel en varias ocasiones cada vez que le avisaban “de que iba a venir alguien de fuera. El odio político era entonces más cruento. Ahora todo el mundo habla, pero todos tienen una paga y su casa. Antes había más gente en una situación de pobreza extrema”, recuerda. “Hasta aquí sólo llegaron los reflejos de la guerra”, afirma Fernando, que continúa relatando episodios de aquellos días negros, y que lejos de ser simplemente reflejos, suponían la realidad a pequeña escala de lo que estaba sucediendo en todo el país. Como ejemplo, las diferencias entre miembros de un mismo bando, el republicano, que también tuvieron su particular “reflejo” en una calle cercana a la casa de Fernando. “Hubo un incidente cerca de la plaza, recién comenzada la guerra, que recuerdo. Vino un maestro de Olías, que era de izquierdas. Llegó para agitar a la gente. De repente salió un vecino de su casa y dijo que todo lo que estaba contando era mentira. Lo curioso es que también era de izquierdas, pero tenía unos ideales completamente diferentes”, relata. Tal era la tensión de aquellos días que hasta el modo de saludar fue motivo de crispación y polémica en una pedanía tan pequeña como la de Los Cerricos. Bastó con que un vecino saludara al otro con un “adiós” en lugar de decir “salud” para que fuese reprendido y zarandeado por otro vecino según cuenta Fernando, quien a sus 84 años conserva toda su lucidez. No es de extrañar que siendo entonces un niño de entre nueve y once años, este anciano recuerde como uno de sus mayores miedos a un ente sin rasgos definidos, y que adquiere una forma casi abstracta cada vez que se refiere a ellos: “los de fuera”. Los mismos por los que su padre se tenía que esconder en un pueblo lejos de su familia y los mismos que protagonizaron otro percance que quedaría en su memoria para siempre. “Mi abuelo, que era el sacristán, vivía al lado de la iglesia y estaba mayor, ya en cama. Vinieron los de fuera y dijeron que iban a tirar las campanas de la iglesia y que no sabían si caerían o no sobre su casa. Las tiraron y cayeron en la plaza haciendo un gran agujero”.
Poético final. Pasaron tres años y entre miedos, rencillas y rumores, la guerra terminó. En una pedanía de la sierra no era fácil estar al tanto de lo que ocurría más allá de los límites provinciales. Paradójicamente, la noticia del fin de una de las guerras civiles más cruentas de la historia de España, llegó en forma de poesía. Un vecino republicano de Los Cerricos, Antonio Marchán, escribió a su mujer, desde el frente, una poesía que Fernando recuerda con claridad: “Mujer, no sufras más que la guerra se ha 'acabao', y ahora te toca reír, que bastante habrás 'llorao'”. Peculiar modo de anunciar el fin de una guerra. Los hombres malos de fuera no volvieron y Fernando tampoco recuerda ver, acabada la guerra, a aquellos que antes “molestaban” a su familía. “No se veía por la calle a los que perdieron la guerra. Luego se tuvieron que marchar a Francia, a Barcelona... Se fueron poco a poco, como gotas de agua”. Fuente: Noticias Levante
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